La islamofobia avanza en toda Europa, mientras en España, de la mano de la inmigración, fundamentalmente marroquí, el islam multiplica sus adeptos y sus espacios de culto.
En España hay, según las fuentes, hay un millón de practicantes de esta religión.
Hay 450 mezquitas u oratorios registrados oficialmente hay que añadir medio centenar más en tramitación de permisos y no menos de 200 templos que funcionan de manera ilegal. Es una suma relativamente baja si se tiene en cuenta el millón de musulmanes que hay aquí, y que, descontadas las 11 grandes mezquitas, el resto son, por lo general, oratorios pobremente habilitados en garajes, pisos y bajos comerciales.
Hoy está surgiendo, preferentemente en Cataluña y Madrid, una segunda generación de musulmanes españoles compuesta por unos 200.000 niños y adolescentes que nacieron en España o llegaron aquí a corta edad. Son los jóvenes que a la vuelta de unos años van a interpelarnos sobre nuestro modelo de integración y sobre la gestión española del islam.
Vista la experiencia de otros países, cabe suponer que esta segunda generación no tendrá complejo alguno en reclamar sus derechos, no va aceptar cortapisas en su práctica religiosa o en la expresión de su doble identidad.
Seguramente exigirá una convivencia natural, igualdad de trato e idénticas oportunidades, y si se siente discriminada tenderá a refugiarse en su identidad de origen y a despegarse afectivamente del significado de España.
Ésta es la mezquita de la M-30 de Madrid.
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